Silencio y tensión fue lo único que se dijeron al conocerse. Náufragos sin isla. Él llevaba una poesía muy propia para el jardín, más no pudo pues rápido bebió liviano el veneno de sus piernas al verla remediar su propia historia, en silencio, solo silencio; con los olvidos compartidos, bajo ese arte de serle egoísta, guardándose y cerrando la boca.

De su propia ingravidez se quedó con la última nota que llevaba escrita en la boca: las modas son pasajeras, y la moda es eterna.

Del dolor y la razón no tuvo tal lámpara verde, sufrió de una primavera nórdica por ese exceso de buen tiempo junto a ella. Era hasta la Puerta del Mar. No la incomodó en su danza de realidad; se quedó prendado del enigma de la luz, que hasta a las simientes enterradas hizo despertar viendo tal marca de agua.

La lámpara extraña, título libertino.

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