Si no estás dispuesto a todo, no te acerques demasiado a mí” decía siempre el payaso Bondadoso. Era un doctor que vivía bajo una identidad falsa, que no se creía las mentiras, y que tenía una misión secreta y peligrosa, a pesar de haber tenido su momento de gloria como profesional del boxeo, aunque estuvo muy feo leer telegramas destinados a los demás.

Menos la mueca de una sonrisa, prácticamente optaba ya por ignorarlo todo, dispuesto y a la par relajado en su consulta, aparentemente desmembrado y casi que reducido a poco más que un objeto fundido en indiscernibles amasijos.

-Si no estás dispuesto a todo, no te acerques demasiado a mí -recetaba a quien osase pasar a su consulta, sin moverse ni un ápice. -Ahora puedes descansar -terminaba despidiéndolos, fueran quiénes fueran. ¿Pero cuál era su secreto?, más si cabe si se le veía erguirse y caminar, doblándosele los zapatos en los peldaños de los escalones, que ya casi nunca hacía.

-Lo único que no tengo es anestesia -escuchó alguien, o dijo haberlo escuchado del mismo.

En efecto. Ese doctor trabajaba sin anestesias. Lo más que tenía era un susurro rítmico y entrecortado y su esparcimiento.

-Para ser sincera, yo hasta en la guerra estaba mejor que ahora -llegó a presentársele una clienta muy intransigente.

Pero a él no le daba la gana vivir como a un imbécil. Tenía su propia medicina, porque le dolía mucho la cabeza, ingrávido, silencioso y gentil, entre sus pupilas y el horizonte. 

-No te preocupes por mí, vieja, que voy a estar muy bien -decían que le llegó a responder así a la anciana, la de la guerra. Sin ni girarse para mirarla. Y pasó de ella, tumbado a lo ancho y largo, haciendo de su vida como si nada. Al cabo de una hora, que para él fue un segundo y para la vieja más de una semana, terminó acercándosele la señora y echándose junto al monigote del médico.

-Ahora puedes descansar -le despidió entonces, acertada y enternecidamente, dejándola cariacontecida -tranquila, no hay prisa. Usted relájese señora. Es mejor que tomar decisiones desesperadas. 

Donde jamás volvió el payaso Bondadoso fue a su casa, y no por la señora, prefiriendo la distancia al odio de sus dos hijos. Cada uno tenía sus guerras.

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