La ciudad estaba sitiada, toda esa manzana suya era un fortín contra el fin. Sobre todo, a esa hora: la hora de la estrella, del disimulo y de la sinceridad. Donde con esos cuentos reunidos no terminaba de aprender a ser feliz.

Quinientos treinta y tres días llevaba esperando la hijita, y cuando el final se acercaba más se lo creía. Entendía que todo era una prueba, un manual de remedios a su ansiedad. Por buena estaba sola, su madre y sus hermanas estaban en otro gabinete, siete pasos antes.

El cuento de la hormiga no valía. Quería ver entrar a su padre de una vez por todas, cual nostalgia del absoluto. Ni cumpleaños ni nada que la coronase, estaba en su arte de callar; extrañamente esperando. Pero sí, una de las diez posibles razones para la tristeza del pensamiento era cierta.

La decadencia de la mentira era esa.

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