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28
Dic

Matar no era una acción noble

El empresario llevaba años en los que, tras cada viaje, cada visita a su pueblo, fichaba a alguna. Aunque fuera de Vigo. Era de los que podían ir sin dinero, sin reloj, sin llaves, pero de los que no sabía dormir sin que hubiera una mesita de noche en la alcoba. Se había labrado un puesto en la vida. En México.

Sin embargo, en España precisaba de todo eso y más; de su valor, de su astucia, de su resistencia. América siempre estaba en armas, había una lucha tenaz, directa, que le mantenía vivo, pagando por cada muerte un precio. España tenía otro quehacer, otra voluntad (matar no era una acción noble, ni siquiera cuando se hacía por Dios).

Muchos se fueron, pero otros tantos se quedaron en aquellos tiempos de la santa voluntad, del hambre o la huida de un servicio militar obligatorio en primera línea de batalla que no esquivaron. Gentes que, siendo medio olvidadas, unas generaciones tras otras se mataban lentamente, con cariño, tratándose de familia y revistiéndose de amor propio para decirse adiós. Personas, muchas, ninguneadas. Que ni tuvieron el derecho a cometer sus propios errores.

Sobre todo, los hombres, que bajo tensión se rompían, se lastimaban y hacían daño a otros hombres. La envidia los corroía, hartos del: “No importa lo que hagas, solo lo bien que lo hagas” de cuando embarcaban los elegidos, repudiados o no.

En el municipio de Avión y tierras vecinas se sentía esa curvatura del tiempo como en ningún otro lugar. Era iluminación y depravación. Un tenue transcurrir en el que intentaban mediar los capos, dolidos y advertidos. Por eso intentaban dar oportunidades a quienes se las pidieran, pero tenían que pedírselo, fueran familia o no.

Albertito Dacasa era quien mejor sabía gestionar esas tretas. Quizás porque era más mexicano que español, ya nacido en América, y de la cuarta generación de exiliados. Como el mayor de Luisito, de esos que habían ido a estudiar a universidades privadas en los Estados Unidos de América gracias al sudor y al esfuerzo de sus congéneres.

Hijos, que ya no aparecían en las estadísticas de la inmigración. Personas, incluso, con doble nacionalidad, residentes al tiempo en la otra Norteamérica. Los futuros nuevos gestores de esos emporios, y personas que no sentían el concello de Avión como algo propio, sino como una fiesta a la que rendir pleitesía mientras vivieran sus padres, abuelos y tíos.

Dos, tres días al año, poco más. Y de ahí, saltar a Londres, Francia, o cualquier lugar de la Europa del Este, cuando no aprovechar para hacerse un safari en África con el dinero de papá y mamá o el suyo propio, habiendo cumplido. Seres, como Albertito, que creían que si un hombre se arrepentía del daño que había hecho podría volver a la época más feliz de su vida, fuera cual fuera, y revivirla eternamente.

La Galicia Mexicana

 

3
Ago

La Galicia Mexicana

Fueron tantos los posibles títulos que, llegado el momento del registro, todas esas fases de vivencias y escritura se solaparon. Que si El hombre que no sabía querer, El Centro Gallego en México, El pueblo de los helicópteros, Y allí no pasó nada, u otros. Finalmente, La Galicia Mexicana refleja la pobreza que no se veía, la extrañeza que separa el amor a los hijos y la necesidad de un espacio propio, o la ausencia de algo indefinido que lleva todo emigrante.

Galicia como el séptimo cielo, tal que la ayuda que prestan los amigos y limosnas de gobiernos. Un eco pintado, y ese porvenir en que los padres se quedan confinados.

Y México como la realidad tozuda, casi de manera demoníaca, para obligarse a ser más fuerte de lo que en realidad se es; con solo el amor pareciendo inquieto.

Lugares evanescentes, de gentes con distintivos; días rotos y hombres fatales. Lugares también sólidos, que no impalpables, livianos, etéreos. De días de confrontación, mariachis y corridos. Más las mujeres cansadas de llenar sus espacios vacíos con cosas que no necesitan y personas que no les gustan. Pero mujeres, al fin y al cabo, con la facilidad de ser profundas hablando de temas ligeros, yendo a la verdad del asunto y a lo imperecedero.

Para todos, el dolor ajeno es la nacionalidad más temida. Lo peor.

Acoger esa inconmensurable belleza, y que se susurrasen nombres, hechos, sin que la música de los días limpiase el dolor, ni otros muchos logros, es lo que el autor pudiera haber conseguido unir, alimentando la desmemoria y las frustraciones, desestructurando las realidades menos contadas y las voces necesitando un altavoz. Sí, de esa Galicia de concellos y parroquias como Avión.

A veces ser una zorra es lo único que se puede ser, porque si nos enseñaran a perder ganaríamos siempre; se deduce del valor que huye de cualquier precio.

Avión fue como un cielo en nosotros mientras se dejó escribir. México el quite, palabras del día a día; la ilusión de vivir.

Un libro, un título, en donde el autor ha muerto algunas veces, pero donde algunas muertes siguen vivas. Nena Parva iba a ser otro de los títulos. Quizás ese ha sido el gran acierto o error del libro, el bazar de la caridad de las nenas parvas y todo cuanto suena a gallego, en ese galardón de infinitud que envolvemos todo lo que nos gusta, ahogándonos en nuestra propia ausencia.  

Esperando no haber sido justo en la injusticia, que los dioses nos conserven los sueños, incluso cuando sean imposibles, y nos concedan buenos sueños. Porque de algunos episodios mejor no acordarse de nada, dado que el que mata a su familia los mata a todos.

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